lunes, 27 de julio de 2009

Fahrenheit 451 - Página 10

-Creo que es el último diente de león de este año. Me parecía imposible encontrar uno en el césped, avanzada la temporada. ¿No ha oído decir eso de frotárselo contra la barbilla? Mire.
Clarisse se tocó la barbilla con la flor, riendo.
-¿Para qué?
-Si deja señal, significa que estoy enamorada, ¿ha ensuciado?
Él sólo fue capaz de mirar.
-¿Qué? -preguntó ella
-Te has manchado de amarillo.
-¡Estupendo! Probemos ahora con usted.
Conmigo no dará resultado.
-Venga. -Antes de que Montag hubiese podido moverse la muchacha le puso el diente de león bajo la barbilla. Él se echó hacia atrás y ella rió-. ¡Estese quieto!
Atisbó bajo la barbilla de él y frunció el ceño.
-¿Qué? -dijo Montag-.
-¡Qué vergüenza! No está enamorado de nadie.
-¡Sí que lo estoy!
-Pues no aparece ninguna señal.
-¡Estoy muy enamorado! -Montag trató de evocar un rostro que encajara con sus palabras, pero no lo encontró-. ¡Sí que lo estoy!
-¡Oh, por favor, no me mire de esta manera!
-Es el diente de león -replicó él-. Lo has gastado todo contigo. Por eso no ha dado resultado en mí.
-Claro, debe de ser esto. ¡Oh! Ahora, le he enojado. Ya lo veo. Lo siento, de verdad.
La muchacha le tocó en un codo.
-No, no -se apresuró a decir él-. No me ocurre absolutamente nada.
-He de marcharme. Diga que me perdona. No quiero que esté enojado conmigo.
-No estoy enojado. Alterado, sí.
-Ahora he de ir a ver a mi psiquiatra. Me obligan a ir. Invento cosas que decirle. Ignoro lo que pensará de mí ¡Dice que soy una cebolla muy original! Le tengo ocupado pelando capa tras capa.
-Me siento inclinado a creer que necesitas a ese psiquiatra -dijo Montag-.
-No lo piensa en serio.
Él inspiró profundamente, soltó el aire y, por último dijo:
-No, no lo pienso en serio.
-El psiquiatra quiere saber por qué salgo a pasear por el bosque, a observar a los pájaros y a coleccionar mariposas. Un día, le enseñaré mi colección.
-Bueno.
-Quieren saber lo que hago a cada momento. Les digo que a veces me limito a estar sentada y a pensar. Pero no quiero decirles sobre qué. Echarían a correr. Y, a veces, les digo, me gusta echar la cabeza hacia atrás, así, y dejar que la lluvia caiga en mi boca. Sabe a vino. ¿Lo ha probado alguna vez?
-No, yo...
,-Me ha perdonado usted, ¿verdad?
-Sí -Montag meditó sobre aquello-. Si, te perdonado. Dios sabrá por qué. Eres extraña, eres irritante y, sin embargo, es fácil perdonarte. ¿Dices que tienes diecisiete años?
-Bueno, los cumpliré el mes próximo.
-Es curioso. Mi esposa tiene treinta y, sin embargo, hay momentos en que pareces mucho mayor ella. No acabo de entenderlo.
-También usted es extraño, Mr. Montag. A veces, hasta olvido que es bombero. Ahora, ¿puedo encolerizarle de nuevo?
-Adelante.
-¿Cómo empezó eso? ¿Cómo intervino usted? ¿Cómo escogió su trabajo y cómo se le ocurrió buscar el empleo que tiene? Usted no es como los demás. He visto a unos cuantos. Lo sé. Cuando hablo, usted me mira Anoche, cuando dije algo sobre la luna, usted la miró. Los otros nunca harían eso. Los otros se alejarían, dejándome con la palabra en la boca. O me amenazarían. Nadie tiene ya tiempo para nadie. Usted es uno de pocos que congenian conmigo. Por eso pienso que es tan extraño que sea usted bombero. Porque la verdad que no parece un trabajo indicado para usted.

(Ver página 11)
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